• en
  • es
17/05/2020

REFLEXIONES SOBRE LA VIVIENDA EN TIEMPOS DE COVID-19. PARTE 2. ¿SON NUESTRAS VIVIENDAS FLEXIBLES Y RESILIENTES?

PARTE 2. ¿SON NUESTRAS VIVIENDAS FLEXIBLES Y RESILIENTES?

O dicho de otra forma, es nuestro modelo de vivienda bueno para “todo”. Todas las familias, todas las tipologías de convivencia, toda la vida, todas las necesidades.

Durante estos días de confinamiento han surgido necesidades nuevas en nuestras viviendas como el hecho de tener a alguien enfermo que necesite separarse del resto de la familia, o simplemente a algún sanitario a quien preocupe la posibilidad de contagiar a los suyos. ¿Cómo se logra esto con sólo un baño en la vivienda? Parece imposible. O convivir en casa con un adolescente a quien le molesta todo, que no puede salir, ver a los suyos (en ese momento en el cual con los que menos identificado se siente es con su familia), o cargar con el cuidado de personas con necesidades especiales sin poder darse un respiro en meses.

Efectivamente la casuística es interminable y curiosamente sólo tenemos un modelo de vivienda para todos ellos repetido hasta la saciedad. Dormitorios de 12 y 8 m2 (o de 10 y 6 si son antiguos), cocinas minúsculas, salones más o menos agraciados según el caso y un baño o dos según la suerte. Efectivamente no parece que el modelo de solución habitacional proponga más soluciones que para la familia tradicional sin muchas aspiraciones y para un momento estático de su vida. Pensando que eternamente tendremos 30 años y sin acordarnos de que la hipoteca durará otros 30.

Quien se ha enfrentado a una reforma en casa sabrá de primera mano que es lo menos deseable del mundo, polvo, ruido, estrés… definitivamente perjudica gravemente a la salud y desde luego no resuelve necesidades puntuales ni variables a lo largo del tiempo.

También hay cosas que se pueden resolver con una reforma pero hay otras que no, desde luego ni añadir más espacio, ni un segundo baño y menos aún una terraza, se logrará con ninguna operación de laparoscopia, aquí hablamos de cirugía invasiva al máximo.

Dar flexibilidad a nuestras viviendas parece que pudiera ser la solución, pero cómo se consigue eso, qué pasos seguir para conseguirlo en un entorno como el nuestro, donde la solución habitacional está tan mediatizada por normativa, burocracia y un mercado boraz que busca maximizar ganancias. Se nos ocurre pensar que el primer paso pudiera venir desde una flexibilización de la normativa, en la cual se definieran tipologías en función de unos metros cuadrados construidos totales y unos metros cuadrados mínimos por piezas en el caso de que estas existan, pero que la combinación sea libre. O quizá más que de libertad (que pudiera convertirse en libertinaje) debamos hablar de ampliar normativa e incluir a otro tipo de formas de convivencia que no sean o tener alguna minusvalía o la de ser una familia tradicional. Hablo de viviendas en las que las zonas comunes están limitadas a la mínima expresión porque sus usuarios prefieren reunirse en unas salas comunes para toda la comunidad o parte de ella. O donde las distintas estancias no tengan unos usos tan rígidos y puedan adaptarse a las distintas necesidades.

Esta situación nos ha brindado la posibilidad de tomar ese baño de realidad en el cual hemos aprendido las grandes o pequeñas cosas que nos habrían facilitado estos días de confinamiento. Pero a demás de la simple intuición que todos hemos experimentado, hay estudios como la Neuroarquitectura que se dedican a evidenciar los porqués intangibles existentes en los distintos espacios que nos acogen y que nos generan emociones y sensaciones muy determinadas. Hoy sabemos, que más allá de los aumentos de superficie, la iluminación o la ventilación que indudablemente mejoran las condiciones de habitabilidad; o de que los techos altos se asocian con actividades creativas, mientras que los bajos lo hacen con la concentración; también los materiales que revisten nuestros espacios o la presencia de plantas por ejemplo, afectan directamente a nuestra percepción y por tanto a nuestro estado anímico. Quizá sea el momento de añadir la eficiencia anímica, emocional o afectiva, al cumplimiento de valoraciones normativas que les exigimos a nuestros espacios. De implementar criterios cualitativos y cuantitativos que nos permiten emitir un certificado equivalente al de eficiencia energética, para medir la eficiencia emocional de nuestros espacios.